Una sesión de yoga frente una pagoda en un atardecer plagado de mosquitos como aviones, ¡bien merecen 12 horas de vuelo!
Mi jet lag y yo acabamos de volver a un febrero lluvioso en Madrid cargado de energías y sinergias que actuarán de parapeto y chubasquero hasta que llegue la primavera.
Mientras me quedo con los atardeceres de rojo intenso sobre el Índico, los pranayamas vigorizantes, los savasanas merecidos, las meditaciones activas en un tren lento camino a Ella y el olor intenso a curri e incienso.
¡Os recomiendo a todos recorrer Sri Lanka haciendo yoga por lo afable de su gente y por el verde intenso de sus carreteras infinitas!