Mi experiencia en el norte de la India con Apasho Yoga ha resultado ser lo que espero de un gran viaje: una exploración hacia el exterior y a la vez hacia mi interior, un regalo para volver a mi origen pero mejor que cuando partí y ya sin vuelta atrás.

Es un precioso viaje para conocer el intenso y hermoso norte de la India: las escenas y gentes de Delhi, Agra, Varanasi, Amritsar, Dharamsala, Rishikesh… mientras se despiertan, un poco más, los sentidos y la consciencia, gracias también a la práctica del yoga con Mónica, que no lo limita a las clases programadas, sino que abarca cada instante del viaje con reflexiones y actitudes ¡cuánto bien me haces!: shanti, fluir, soltar, el presente… Y las reveladoras sesiones de Reiki, el placer de los masajes ayurvédicos, las frágiles cometas en el día… ¡y en la noche!, el astrólogo ausente, los crematorios de Varanasi y las llegadas de los cadáveres por las estrechas calles del bazar, las vacas, la incertidumbre de las esperas en las estaciones y los largos viajes en tren compartiendo charlas y bailes con indios, las altas temperaturas cargadas de humedad ¡oh, no!, las veladas contemplando el Ganges… y el refrescante baño en sus aguas turbulentas, la devoción de los sijs en su templo y de los jainistas hacia todos los seres vivos, el complejo lassi mágico ¡ay! y los otros ricos lassis, las nubes que van y vienen en los valles y montañas de los Himalayas con sus coloridas banderas de oraciones, el asombroso espectáculo tradicional tibetano ¡guay!, los caracoles grandes, la charla del maestro de yoga Surinder, la puja nocturna en el ghat de Varanasi y la sesión de yoga nidra en la orilla, las niñas mostrándonos sus pequeñas manos decoradas con henna, los tuk-tuk, la luna llena sobre el Ganges en Varanasi, la cooperación con los sijs fregando vajilla y cubertería en agradecimiento por la cena -una pequeñísima parte de las miles de raciones diarias gratuitas de comida que ofrecen-, la amiga que hice mientras fregaba, los chais, el posar en fotos para los indios, el pedir a los indios que posen para mí, la luciérnaga, otra vez las veladas admirando el Ganges y todo lo demás.

Y también por las experiencias que compartimos los compañeros del viaje –las que sucedieron allí, las anteriores… y las que vendrán- sin cada uno de vosotros, no habría sido igual. Todo está bien como está. ¡Namasté!

Sonia García